cueva del tiempo: la leyenda del hombre que lo perdió todo por el dinero

Cueva del Tiempo: la leyenda del hombre que lo perdió todo por el dinero

La Cueva del Tiempo es un recóndito lugar que se encuentra rodeado entre espesa niebla, lo que le da un toque lúgubre y tétrico, donde la imaginación no tiene límite y suele crear siluetas extrañas que le pondrían los pelos de punta a cualquiera.

La Cueva del Tiempo se sitúa en el cerro Ozuma, en Teziutlán, Puebla, un lugar misterioso lleno de cavidades que albergan una gran cantidad de misterios, tal como le pasó a Silverio, el joven que protagoniza la leyenda que a continuación les contaremos.

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La Cueva del Tiempo, un sitio de leyenda

Silverio era un joven talentoso, originario de Teziutlán, que pese a sus esfuerzos no conseguía trabajo ni salir adelante, aunado a que en el año 1800 no existían muchas oportunidades laborales, económicas y sociales.

Al ver esta situación, Silverio creyó que no tenía otra alternativa más que ingresar a la Cueva del Tiempo, ya que las personas hablaban mucho de este lugar pero nadie se había atrevido a ingresar, por lo que pensó en entrar en ella en busca de una mejor vida.

Después de tanto pensarlo, decidió tomar unos ocotes, una cuerda, un morral y un guaje con agua, y se encaminó hacia las grutas del cerro Ozuma.

Sin embargo, la distancia de Teziutlán a la Cueva del Tiempo era sumamente larga, por lo que decidió tomar un breve descanso antes de continuar su camino, ya que le habían advertido que antes de que clareara el nuevo día debía salir de la cueva o de lo contrario quedaría atrapado para siempre en la oscuridad.

Es por eso que caminó a través de las entrañas de la Cueva del Tiempo ayudado con la luz de sus ocotes, pasando por enormes salas en cuyas paredes veía extraños seres que querían asesinarlo. No obstante, continuó su camino con el firme propósito de salir de la miseria y volverse rico.

Tras largas horas de camino se encontró con un inmenso tesoro conformado por joyas, monedas y demás metales preciosos. Fascinado con el hallazgo, Silverio se sentó a contemplar lo que había encontrado y pensó que su problema se había resuelto, pero había algo que no lo dejaba en paz y es que le rondaba por la cabeza saber qué haría con todo ese dinero o qué debía llevarse y qué no.

Después de tanto pensarlo; concluyó que debía llevarse cuanto más pudiera pero que no resultara una enorme carga, ya que tenía que transportarlas hasta su casa. Ató con un lazo los objetos que se llevaría pero el cansancio terminó por vencerlo y se quedó dormido.

Cuando despertó, se percató que tenía una gruesa capa de polvo sobre su cuerpo y telarañas, pero no le tomó importancia y se alistó para marcharse. Emprendió el camino de vuelta y caminó por largo tiempo, hasta que las piernas y la espalda comenzaron a dolerle.

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Sin desfallecer continuó caminando, hasta que al fin llegó a la entrada de la Cueva del Tiempo. Al asomarse, alcanzó a vislumbrar algunos jacales a la distancia, lo que le causó inquietud, ya que construcciones de ese tipo únicamente habían en Teziutlán.

Al llegar a Teziutlán se percató que el poblado no era el mismo, por lo que decidió buscar a su padres; sin embargo, los pobladores le informaron que hacía años que habían muerto. Aterrado por la noticia, trató de localizar a alguno de sus amigos y encontró a uno de ellos, pero éste ya era un anciano.

Al verlo, el amigo le preguntó por qué se había desaparecido por tantos años, a lo que Silverio no supo responder y reparó en su persona, percatándose que también había envejecido; miró las joyas y se preguntó: ¿Valió la pena sacrificar mi vida por esta riqueza?