El cerro El Papantón se encuentra en medio de los municipios de Sombrerete, por parte de Zacatecas, y Súchil, en Durango; ha sido fuente inagotable para los amantes de las fotografías de paisaje y su geografía ha cautivado a más de uno.
La leyenda de El Papantón
Después de la Conquista y cuando se asentaba el periodo del Virreinato, luego que fueron descubiertas las vetas de Zacatecas, arribaron los españoles, atraídos por el hallazgo de oro y riquezas en la Nueva España.
Llegó también un joven apuesto que buscaba plata y oro, originario de las provincias asturianas, llamado Antonio Oliva; este orgulloso joven no quería ponerse al servicio de otros españoles con más experiencia, por eso prefirió buscar por sí mismo alguna veta de oro o plata, para volverse rico y poderoso.
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— La Cascada (@CascadaNoticias) February 12, 2020
Por más que buscaba y se esforzaba, Antonio Oliva no encontraba los ansiados tesoros que lo volverían acaudalado; cada vez tenía más hambre y necesidades. Para lograr su cometido, comenzó a buscar la amistad de los nativos para que le ayudaran a encontrar los sitios de la plata y el oro.
Un día en la Historia de Durango… Papantón, el Cerro más alto https://t.co/g2n3Ynri33 pic.twitter.com/eY3BMwdTMQ
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Poco a poco se fue amistando con curanderos y yerberos, quienes conocían los secretos de las plantas. Por su parte, Antonio Olivera tenía algunos conocimientos de herbolaria desde España, pero los yerberos de los pueblos originarios lo instruyeron en el fino arte de conocer las propiedades de las plantas.
Tiempo después, desistió de buscar vetas, pero fue introduciéndose más en el mágico y místico mundo de la herbolaria. Fue así como obtuvo la confianza de uno de los yerberos más sabios, a quien Antonio salvó de las manos de las autoridades españolas que lo perseguían por supuesta brujería.
En agradecimiento, el yerbero le reveló que en el actual cerro El Papantón, en una de sus cuevas, vivía un espíritu maligno que tenía la forma de una mula negra, muy brava, y era tan espantosa que despedía llamas por el hocico; si alguien la lograba domar, le concedería los secretos de las hierbas.
Antonio Oliva, después de mucho pensarlo, se dispuso a domar y montar a la mula diabólica. Una noche subió al cerro conocido hoy como El Papantón y después de una exhaustiva caminata, encontró la cueva del animal infernal y al verlo, corrió a montarlo.
En ese momento la mula resopló una gran llamarada por el hocico y emprendió una loca carrera entre los peñascos y pedregales. Antonio Oliva, al sentir que desfallecía, gritó: «¡Ave María Purísima!», provocando que la mula endemoniada diera un terrorífico relincho.
Cuando pudo volver en sí, Antonio Oliva se percató que estaba montado en un peñasco con forma de mula, mismo que puede apreciarse en la actualidad.
Desde aquel día, Antonio Oliva curó su desmedida ambición, confesó sus pecados y vivió como un ermitaño en la cueva que perteneciera a la mula diabólica.
Debido a su conocimiento en plantas, Antonio se dedicó a curar con yerbas a los pobres y desvalidos, sin cobrar por sus servicios. El tiempo pasó y Antonio Oliva se hizo famoso y fue cariñosamente conocido como Papá Antonio, y debido a que el cerro era su morada, se le conoció como el cerro de Papá Antonio, denominación que se deformó hasta cerro El Papantón.