El atole data de la época prehispánica y desde entonces ha sido fiel acompañante de la gran variedad de tamales, panes y otras delicias gastronómicas de México. Por años ha estado presente en desayunos y meriendas de los hogares mexicanos.
De acuerdo con Larousse Cocina, esta bebida caliente y espesa se elabora con maíz cocido, molido, diluido en agua. Para su preparación, el agua y el maíz se colocan sobre el fuego dentro de una olla, sin dejar de mover hasta que la mezcla se cueza y espese.
El resultado se llama atole blanco, de maíz o de masa. Este preparado también se emplea como base para atoles de otros sabores, sólo basta añadirle algún ingrediente adicional como fruta, cacao y leche. Tanto el maíz como el cacao eran los ingredientes de las bebidas principales en los imperios precolombinos.
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Atole para dos culturas
Al parecer la primera persona que lo describió fue Hernán Cortés en sus famosas Cartas de Relación. En éstas aseguraba que los nativos consumían una bebida espesa elaborada con base en maíz, agua, miel y chiles, y era sumamente energética.
Entonces, el atole era conocido como atolli, que significa «aguado», también se le nombraba tol y se preparaba hirviendo la masa de maíz hasta que espesara.
Francisco Javier Clavijero cuenta en su Historia Antigua de México que el atolli era «desagradable para el paladar español», pero lo empleaban cuando padecían alguna enfermedad, hasta que comenzaron a agregarle leche, como se consume en la actualidad.
Pero Fray Bernardino de Sahagún explica en sus narraciones de 1565 que los pueblos originarios vendían atoles calientes y fríos, preparados con masa de maíz molido o tostado.
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En aquellos tiempos también se elaboraba con chile amarillo, el cual era llamado chinecuatolli, así como el xocoatolli, el cual era agrio de masa de nixtamal que se dejaba fermentar para posteriormente hervirlo con masa fresca y se tomaba con chile y sal.
Pese a su exquisito sabor, el atole fue considerado como una bebida para las «clases sociales bajas», pues el chocolate se asociaba con las «clases altas», como lo explica Francisco Santamaría en su Diccionario de Mexicanismos. De este código se desprende el dicho: «más vale atole con risas que chocolate con lágrimas».
Hoy esta bebida es un infaltable en las mañanas, acompañado de un buen tamal o torta de tamal; es un alimento común en diversas esquinas de la CDMX y de varias regiones de México. Los hay de diferentes sabores: arroz, guayaba, chocolate, champurrado, fresa y chileatole, entre muchos otros.