En la actualidad hay sonidos y oficios en peligro de extinción en México, es el caso de los merengueros y su tradicional grito: «¡hay mereeengues!». ¿Quién no recuerda al vendedor en la calle, con una charola repleta? Ese peculiar canto, popular en el pasado, daba un aire especial a las ciudades del país.
Pero antes de continuar con la crónica de este oficio y su tradición, debemos definirlo. De acuerdo con la revista Gourmet de México, su nombre proviene de la lengua suizo-alemana: meringue apareció por primera vez en Nouvelle instruction pour les confitures, les liqueurs et le fruits, de François Massiallot, libro donde se redacta una receta con el nombre y método de preparación.
Su origen se le adjudica al pastelero Gasparini, aunque fue María Leszczynski (o Leszczynska) quien puso de moda los merengues en la corte de Francia, cuando aceptó ser la esposa del rey francés Luis XV El Beneficioso; sin embargo, esto no coincide con la publicación de Massiallot.
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Lo cierto es que este dulce se popularizó gracias a María Antonieta, esposa de Luis XVI, quien lo elaboraba en el complejo Pequeño Trianón, en Versalles.
En la obra El arte de la repostería, de Juan de la Mata, se menciona una receta clásica con base en azúcar refinada y huevo. Hasta que Antoine Caréme, cocinero francés, creó la manga pastelera, dando paso a grandes creaciones con merengue.
Historia de los merengues en México
La fecha exacta de la llegada de este dulce a México se desconoce, aunque lo cierto es que en 1947, Diego Rivera retrató en una de sus más grandes obras, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, a diversos personajes de la cultura mexicana, entre ellos el merenguero.
En la obra del muralista se puede observar a un joven vestido con calzón de manta y un sombrero que sostiene con su mano derecha una tabla llena de ricos merengues. Este personaje comparte el primero plano junto con la Catrina y los héroes nacionales.
De aquel vendedor que plasmó Rivera en su obra hoy sólo quedan algunos recuerdos, pues estos personajes de la cultura popular se encuentran en peligro de extinción; cada vez es menos común verlos deambular por las calles ofreciendo sus merengues.
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Los «volados»
El oficio de merenguero no es cosa fácil. Algunos vendedores de estas delicias coinciden en que para ejercerlo, deben contar con un poco de suerte. Por eso se dice que el azar es su más fiel compañero y por eso ejercen la tradición popular de jugarse su mercancía en un caprichoso volado: «¿águila o sol?».
En un principio, los merengueros jugaban a los volados con los niños fuera de las escuelas, con la finalidad de vender más. «Sencillo o doble», era la invitación a seguir jugando según el resultado del primer volado; esto consistía en ganar dos merengues por el precio de uno o pagar dos veces el mismo merengue.
Lo curioso de esta tradición popular es que el merenguero casi siempre ganaba. ¿Suerte o truco? Es algo que quizá nunca se sepa.