México es un país lleno de mitos, tradiciones y leyendas, en el Centro Histórico de la CDMX existen muchas, algunas aún siguen vigentes, mientras que otras no tanto, Los Muerteros es una historia que debes conocer y nació de un tenebroso callejón de la capital.
Las Muerteros, una perturbadora historia de la CDMX
La leyenda de Los Muerteros habla sobre un hombre que regresó de la muerte, a continuación te la contamos. Según cuenta la historia, en el Centro Histórico de la CDMX existía un callejón por el cual las personas acostumbraban llevar a sus muertos envueltos en sábanas.
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Dicho lo anterior, esta calle también adquirió el mote del Callejón de la Muertería, hoy en día lleva el nombre de Tabaqueros. Durante la época colonial, a lo largo y ancho del callejón vivían diversos fabricantes de ataúdes, también conocidos como muerteros.
El hombre que volvió del otro mundo
Uno de los muerteros más famosos y misteriosos era Espiridión Sepúlveda, quien tenía un aspecto que inquietaba a todo aquel que lo veía ya que aseguraban que era muy similar a la muerte, además poseía una voz tétrica y sepulcral.
Al igual que los demás, Espiridión desempeñaba el nada noble trabajo de muertero, es por eso que la gente llevaba a sus difuntos envueltos en sábanas para que el muertero les fabricara ataúdes a la medida del finado y posteriormente lo entregaba en el domicilio en cuestión.
Sin embargo, eso no era todo, durante el trayecto al domicilio de la familia del difunto, las personas podían escuchar como el cuerpo iba rebotando al interior del cajón, algo que con el tiempo se volvió común, no así el origen de Espiridión, quien ya vivía en la zona mucho antes de que se erigieran las primeras casas.
Es por eso que la gente hablaba, murmuraba y creaba historias sobre aquel muertero que únicamente vivía con un perro que extrañamente siempre tenía el pelo mojado, así como extrañas costumbres de Espiridión. Una de ellas, era que jamás podía salir un ataúd vacío de su negocio.
En alguna ocasión, un hombre le ofreció grandes cantidades de oro para que llevara una caja vacía al domicilio de un familiar muerto, pero fiel a sus costumbres, el muertero se negó y le solicitó a aquel hombre que enviara algún criado para que fuera en su interior.
Una vez que terminó aquel encargo, el muertero comenzó a fabricar un ataúd a la medida pero esta vez no era para ningún cliente sino para él mismo. Esto desató los rumores de la gente que aseguraba que el hombre había predicho su muerte y así fue.
Desafortunadamente nadie se enteró de su deceso hasta que don Luis de Salamanca y su hermana Rústica, acudieron para solicitarle una caja para su madre recién finada, fue así como hallaron el cadáver de Espiridión dentro de la caja que él mismo había hecho, rodeado de cirios.
Los hermanos decidieron llamar a los demás muerteros y llevar el cuerpo de Espiridión al cementerio de San Andrés. El rumor de su muerte se esparció rápidamente, algunos asistieron por morbo, algunos por cortesía mientras que otros lo hicieron para agradecer que había muerto.
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Volvió de la muerte
Tras quedar sepultado, el velador del cementerio escuchó ruidos de su tumba y al acercarse vio como emergía una de las extremidades del muertero y posteriormente el cuerpo entero, quedando muerto del susto. Posteriormente, Espiridión volvió a su casa como si nada hubiese sucedido, pero la gente quedaba aterrada al verlo, tiempo después al muertero le dio por medir a personas sin razón ni motivo; sin embargo, a toda aquella persona que medía moría tiempo después.
Fue así como la gente comenzó a huir de Espiridión ya que temía morir pero ni así pudieron burlar a la muerte. Muchos años transcurrieron hasta que el muertero y su extraño perro desaparecieron súbitamente y sin dejar rastro alguno.