La obra musical del maestro Arturo Lugo fue excelsa; su repertorio comprende valses, marchas, poleas y gavotas. Entre las melodías más recordadas de este compositor encontramos “Brumas de Oriente”, dedicada al poeta Antonio Gaxiola; “Lola”, inspirada en quien fuera su esposa, y “Cuca”, para la poetisa María del Refugio Guerrero Román.
A principios del siglo XX, el maestro Arturo Lugo gozaba de fama y sus músicos eran reconocidos por aquella época, gracias a un concurso que los calificó como la «Mejor orquesta» en 1904. Sin embargo, se dice que su declive se debió a un encuentro con el mismísimo Diablo, que lo dejó maldito para siempre.
Gracias al prestigio que tenían la orquesta y el maestro Arturo Lugo, su presencia era valorada para dar espectáculos en veladas, fiestas o reuniones de la gente más acaudalada de aquel tiempo. Así que cualquier evento que no estuviera a su altura, era fácilmente rechazado por esta proeza de la música.
Cuenta la leyenda que una ocasión fueron requeridos sus servicios por un hombre, que aparentemente no representaba a la clase alta, así que el maestro Arturo Lugo se mostró prejuicioso e inmediatamente se negó a tocar para la familia de esta persona.
Sus músicos intentaron persuadir su decisión, pero él respondió que si el Diablo tenía para pagar sus servicios, sin duda haría una presentación para este ángel caído.
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Maestro Arturo Lugo sobre el escenario del infierno
Una noche llegó a su domicilio un caballero elegante, bien parecido, pero de aspecto inquietante, quien le dijo que deseaba contar con la presencia de su orquesta en un gran baile que estaba organizando. Le hizo entrega de un papel con la dirección y le pagó por adelantado, para después marcharse sin dar oportunidad al maestro Arturo Lugo de manifestar una sola palabra.
Al ver que se trataban de monedas de oro, preparó todo para acudir a la gran celebración y así llegaron puntuales a la cita el maestro Arturo Lugo y sus músicos. El lujo dominaba cada detalle del encuentro, pero las invitados distinguidos no eran familiares a la vista de los artistas.
El hecho no inquietó a la orquesta y al maestro Arturo Lugo, quienes —se dice— tocaron como nunca lo habían hecho. En un momento de descanso, el ilustre compositor aprovechó para mezclarse entre las personas en busca de un aperitivo, pero alguien robó su atención, un rostro que le parecía familiar.
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Se trataba de su comadre, la misma que llevaba cuatro años bajo tierra. La mujer al verlo se acercó de inmediato al maestro Arturo Lugo y le preguntó qué hacía en la reunión, ¿acaso también estaba muerto?
El maestro Arturo Lugo contó cómo había llegado al evento, así la dama le advirtió que dejara inmediatamente el lugar, porque se trataba de la entrada al infierno, el baile de los condenados, a quienes primero se les hacía celebrar, para después recibir los peores tormentos por sus excesos en vida. Por eso él y sus compañeros debían salir antes de que fuera demasiado tarde.
Rápidamente Arturo Lugo advirtió a sus músicos, mientras recibía la mirada penetrante y un gesto burlón del hombre que lo contrató. Al ver que los invitados comenzaban a retorcer sus cuerpos mientras emitían lamentos, salieron corriendo hasta llegar a casa del maestro, donde repararon el olvido de un violín.
Entrado el amanecer, regresaron al lugar que sólo era una casa en ruinas, abandonada, nada que ver con los lujos de la noche anterior. Recargado en una barda de adobe vieron el instrumento y a partir de ese momento, jamás volvieron a figurar como las grandes estrellas que eran, poco a poco se desintegraron y el maestro Arturo Lugo murió en 1949, maldito por haber tocado para el Diablo.