Los manatíes son una especie en peligro de extinción que lucha por su supervivencia. En torno a estos mamíferos acuáticos giran diversas leyendas que a continuación te contaremos.
De acuerdo con la organización WWFCA, el nombre científico de los manatíes es Trinchechus manatus y habitan principalmente en lechos de pastos marinos, esteros, lagunas, ríos y canales. También con conocidos como vacas marinas y suelen ser confundidos con sus primos, los dugongos.
Son mamíferos marinos herbívoros que viven en aguas poco profundas y en las áreas costeras pantanosas del Sistema Arrecifal Mesoamericano.
Por lo general, son animales solitarios, curiosos y bastante amigables. Suelen dormir bajo el agua durante el mediodía, suben a la superficie para tomar aire en intervalos de 20 minutos y buscan alimento en aguas poco profundas.
Su ciclo reproductivo es largo, suelen aparearse cada dos años, y dan a luz a una sola cría. Su función es mantener el equilibrio de la vegetación en los ecosistemas y su salud es un indicador del bienestar marino y ecológico en general.
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Leyenda maya del Manatí
Los mayas tienen una leyenda sobre los manatíes: la desaparición de esta especie está ligada a la llegada de los exploradores europeos. Se dice que los Kohunlich, la población que vivía en Cuzamil —hoy conocido como Cozumel— era gobernada por Nachán Ca, padre de Zazil Ha, una bella joven que amaba al mar y a su habitantes.
En uno de sus paseos marinos, la joven encontró un manatí atrapado en una red de pesca. Zazil lo liberó y lo llevó a Chactemal —hoy Chetumal—. Curó al manatí y lo nombró Teek Paal Kó. Este manatí tenía el alma y carácter de un niño juguetón y lleno de vitalidad que gozaba de jugar con los miembros de la comunidad.
Pasó el tiempo y su tamaño aumentó de forma considerable, al grado de superar las dimensiones de los barcos pesqueros. El padre de Zazil estaba maravillado con Teek Paal Kó y lo nombró «mato» («magnífico», en maya), de ahí derivó el nombre de manatí.
Con la llegada de los españoles y el pueblo Cuzamil fue sometido, por lo que los pobladores huyeron junto a Zazil y su padre. Desafortunadamente, nadie pudo advertirle a Teek Paal Kó sobre el inminente peligro que corría.
Una noche, Teek Paal Kó se alimentaba a la orilla de la bahía, cuando de pronto un español se acercó a él, quien acostumbrado a la amabilidad y nobleza de los humanos con los que había convivido, no sintió ningún temor. El español lo atacó y el manatí huyó herido, para refugiarse en las profundidades del mar para toda la eternidad.
Existe otra leyenda: uno de los marineros de Colón vio tres figuras en el mar, las cuales —aseguraba— se trataban de sirenas, por su cola, esas mismas sirenas que embrujaban a los marineros con su canto.
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Pero ni Colón ni sus marineros escucharon el canto, mucho menos fueron embrujados; únicamente vieron las colas y enormes dorsos de los manatíes, además de distinguir algunos «rostros» que para nada se parecían a los que habían imaginado.
La anatomía de estos mamíferos permitía que fueran confundidos con seres mitológicos, porque cuentan con cinco dedos en las patas delanteras y pueden girar la cabeza como lo haría cualquier humano.
Tras el regreso de los marineros a Europa se esparció el rumor de las sirenas, por lo que comenzaron a vender los cuerpos muertos de los manatíes.
Asimismo, existe otra leyenda que involucra al dugongo, que en lenguaje malayo se traduce como «dama de mar». En Palaos —archipiélago de Micronesia— se descubrieron unas pinturas rupestres en las que los manatíes eran una especie de gran importancia para los pueblos originarios, pues guiaba a tierra firme a los pescadores que se perdían en el mar. Se cree que alguna vez los manatíes habían sido una mujer.