Los estudiosos aseguran que la piñata es un invento chino que viajó hasta Europa gracias a las travesía que realizó Marco Polo, quien en su libro Il millione narró cómo los pobladores de la antigua China rompían la figura de un buey, que en su interior contenía semillas para celebrar el Año Nuevo.
El mercader llevó esta curiosidad hasta Italia, donde por primera vez fue nombrada como pignata, donde se adaptó para conmemorar la cuaresma y fue así cómo se extendió por todo el Viejo Continente, hasta que los españoles la trajeron al Nuevo Mundo, donde adquirió otro significado.
Sin embargo, las crónicas narran que los mayas acostumbraban a romper ollas llenas de cacao a manera de juego. Es así como los hombres de fe, utilizaron las tradiciones de los pueblos prehispánicos, para mezclarlas con las suyas y poder concretar la evangelización de nuestros ancestros.
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Piñata para la adoctrinación
El fenómeno de evangelizar a través de una piñata comenzó en el siglo XVII, de acuerdo con los historiadores, quienes cuentan que a las ollas de barro se les comenzó a dar forma de estrella desde sus inicios, para simular la de Belén. Cada pico representa los siete pecados capitales: pereza, envidia, gula, ira, lujuria, avaricia, soberbia.
Es así como las sacerdotes y monjes aseguraban que se trataba del mismísimo mal encarnado en una piñata, al cual se debía exterminar mediante golpes con un palo, el cual simula la fuerza para vencer la oscuridad y destruir la falsedad, además del engaño. Sin embargo, este enfrentamiento es con los ojos vendados, que no es otra cosa más que mostrar la fe ciega.
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Además, antes de pegarle se daban 33 vueltas a la persona que participaba, simbolizando los años que vivió Jesucristo. En aquella época la piñata se cargaba con dulces y frutas, que al caer, se le daba el significado de las bendiciones que se derraman sobre todos los presentes.
Desde la evangelización a las ollas de barro se les adornaba con oropel y colores
brillantes, que resultaban ser las vanidades del mundo y tentaciones del demonio. Ya se acostumbraba a cantar mientras se le daba de palos a la piñata, pero la picardía de aquellos años dotaba la lírica con ciertos cambios, que la religión no toleró, por lo que vetó esta fiesta entre 1788 y 1796.
Pero los feligrés hicieron caso omiso a la restricción, que no le quedó de otra a la Iglesia más que mantener esta costumbre. Ahora, pocas familias continúan esta celebración, incluso difícilmente adquieren una piñata en forma de estrella para decorar su hogar durante las fiestas navideñas. Está en nosotros preservar nuestra tradición y a los maestros artesanos que dan vida a esta artesanía.